domingo, 30 de junio de 2013

Un canto de amor del Antiguo Egipto


Lo he tomado de Cantos de amor del Antiguo Egipto, traducción de Borja Folch (José J. De Olañeta, editor), canto séptimo. Los textos proceden de la traducción francesa que Paule Krieger hizo de la traducción alemana que el profesor Siegfried Schott realizó a partir de los originales egipcios de hace tres mil años o más.

Ante tanta trapala, me he permitido retraducir algún verso a mi gusto particular.

 
Siete días llevo sin ver a mi amada.
Y sobre mí se abate ya la languidez.
Mi corazón se hace pesado.
He olvidado hasta mi vida.

Cuando los médicos vienen a mi casa,
No me sanan sus remedios,
Los magos no hallan solución alguna,
Ni se desvela mi enfermedad.

Pero si me dicen: «Mira, ella está aquí»,
Pronto vuelvo en mí
Su nombre es lo que me reconforta.
Las idas y venidas de su mensajero
Mantienen eterno a mi corazón.

Mi amada es para mí el mejor de los remedios,
Para mí es más que una receta,
Su venida es mi amuleto,
recobro la salud cuando la veo.
Cuando abre los ojos, mi cuerpo de nuevo es joven.
Cuando habla, me hace fuerte.
Cuando la tomo en mis brazos, aparta de mí todo mal.

Y ahora se ha alejado de mí, ya hace siete días.

martes, 18 de junio de 2013

La canción del verano


Porque sí.
No busques razones, como no las buscamos en la mayoría de las cosas que hacemos. Sí, también en muchas de las que nos humanizan.
No hagas cálculos (como tampoco los hacemos en muchas de nuestras decisiones). No; no nos proporcionará necesariamente mejores notas, mejores resultados en los sempiternos exámenes.
No reclames tiempo, momentos especiales para hacerlo. Si esperas a tenerlo, si aspiras a programarlo, lo estás convirtiendo en una obligación. Y ya tienes tantas...
No esperes a sentir algo especial. Esto, como tantas otras cosas, es preciso quererlo, conquistarlo.

Lee porque sí:
Porque a veces estamos solos.
Porque los muertos tienen cosas que contarnos.
Porque esto sí que es un viejo astral, una aventura ininterrumpida.
Porque con ellos es con los que, al final, vas a ensanchar horizontes.
Porque estás de acuerdo con lo que dicen.
Porque no lo estás.
Porque los libros están ahí.

Pero a veces parece que dan miedo. Si necesitas unas reglas, un manual de instrucciones, una brújula, un vademécum, una guía, aquí tienes El Cómo Se Lee (o los derechos imprescriptibles del lector), que propone Daniel Pennac en su libro titulado Como una novela:
  1. El derecho a no leer
  2. El derecho a saltarse las páginas
  3. El derecho a no terminar un libro
  4. El derecho a releer
  5. El derecho a leer cualquier cosa
  6. El derecho a escoger ilusiones (enfermedad de transmisión textual)
  7. El derecho a leer en cualquier lugar
  8. El derecho a hojear
  9. El derecho a leer en voz alta
  10. El derecho a callarnos.

     
    En este blog nos conformaremos con tochos breves, tochos ligeros, casi escuálidos (habitualmente). Eso sí, uno al día (es un buen tratamiento, y sin contraindicaciones). No hay propósito alguno en su selección, excepto que, en algún momento, me han gustado.

    Tampoco pienso en ningún orden, en ninguna coherencia. Saldrán al modo de las cerezas, como buenamente puedan.

    Y mucho menos preveo una duración, un objetivo a alcanzar (y es que el número canónico en lides literarias es un poco bastante excesivo).

    Los comentarios sobre los textos, sobre las imágenes, son bienvenidos, aunque no se esperan (recuerda el derecho a callarse): son innecesarios hasta que alguien tenga algo que decir. (Y por cierto siempre resultan más interesantes los goces que uno ha desenterrado entre las palabras, por simplones, vacuos o equivocados que parezcan, que la árida crítica estricta).

    Y nada más. El 1 de julio comenzamos a romper letras.